21 de noviembre de 2024

Dossier de Prensa

Libertad Informativa

En documentos, los norteamericanos reconocen las estrategias de defensa de nuestro país: Jorge Herrera

En el Golfo de México y en los ríos en que mexicanos y estadounidenses libraron diferentes episodios de la Guerra de Intervención  hay aproximadamente 40 embarcaciones perdidas, testigos de esta lucha; entre ellas: el USS Somers, estudiado por especialistas del Proyecto Arqueología Marítima de la Guerra de Intervención (1846-1848) de la UNAM.

El objetivo es conocer el componente marítimo en este conflicto, así como cuestionar la idea generalizada respecto a que Estados Unidos derrotó con facilidad a México, aseguró Jorge Manuel Herrera Tovar, investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) y director del Proyecto.

“Este es un barco interesante e importante en la historia de los dos países. Está en nuestras aguas y es un amargo recuerdo de lo que fue esa guerra para México. Para los estadounidenses tiene un fuerte poder simbólico porque fue un barco escuela, en el que hubo un motín y los amotinados fueron juzgados y ahorcados. En un tiempo se dijo, entre los marinos de la época, que estaba embrujado”, expuso el académico.

El USS Somers fue veloz, de gran maniobrabilidad que apoyó los ataques a los puertos, el bloqueo a Veracruz y, sobre todo, la persecución de embarcaciones que trataban de entrar o salir de este lugar.

Hay versiones que sostienen que se perdió en la persecución de una embarcación mexicana que rompía el bloqueo; otras, que fue durante una maniobra, en un momento de un gran ventarrón o una tormenta: lo único seguro es que se hundió con alrededor de 36 marinos.

Para determinar la causa del suceso y el contexto histórico, los integrantes del Proyecto de Arqueología Marítima de la UNAM  estudiaron diversos archivos como el General de la Nación, y otros de Veracruz y Tabasco;  así como una gran cantidad de materiales de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y los Archivos Nacionales de la Unión Americana, además de estudiar el sitio arqueológico de este navío y reconstruir su modelo de manera digital.

Con el apoyo del Buque Oceanográfico Justo Sierra de la UNAM, en este sitio arqueológico utilizan instrumental de física marina –sonar de barrido lateral, ecosonda multihaz y perfilador de lecho marino– para generar imágenes detalladas del sitio con las que han producido una fotogrametría de muy alta resolución del naufragio.

Los investigadores preparan experimentos de ingeniería y ciencias navales para estimar cuáles eran sus capacidades reales de carga y maniobra, dónde se ubicaba su centro de gravedad, y cuáles podían ser los puntos débiles de su diseño arquitectónico.

Posteriormente construirán un modelo a escala que someterán a pruebas hidrodinámicas para determinar, con precisión, las causas de su hundimiento y entender aspectos relevantes de la construcción naval de siglo XIX.

Herrera Tovar señaló que también importante estudiar el ataque y desembarco de las tropas estadounidenses en Veracruz, pues fue una operación náutica muy significativa: “fue el desembarco militar más grande en la historia de la humanidad, hasta antes del de Normandía”.

Una guerra larga

El doctor en Arqueología Marítima explicó que los estadounidenses pensaron que esta guerra -mediante la cual arrebataron a México gran parte de su territorio, incluidos recursos como oro y petróleo y que les abrió una puerta al Pacífico y trazar rutas a Asia-, sería breve, de dos o tres meses.

Sin embargo, el conflicto duró mucho más tiempo, gracias a que la población mexicana, marinos y el ejército organizaron diferentes estrategias de defensa,  pese a que carecían de recursos económicos y militares, y el país estaba políticamente dividido. En contraste, los norteamericanos contaban con buques de alto poder destructivo.

“Los mexicanos sabían que era imposible enfrentar a la flota estadounidense en mar abierto, por lo que astutamente replegaron sus naves a ríos como el Papaloapan, bajo el cobijo del Puerto de Alvarado, y también en el Grijalva, en Tabasco.

“La astucia de los oficiales mexicanos hizo que, de cierta forma, se equilibrara la balanza porque Estados Unidos no pudo meter sus barcos más grandes y poderosos a los ríos. Además, zonas estratégicas costeras del territorio mexicano se habían fortificado, desde la época del Virreinato, para defenderse de ataques marinos”.

De esta manera, cuando los estadounidenses pretenden atacar, México responde desde tierra en distintos combates náuticos anfibios.

Reconocimiento gringo

El también profesor de la licenciatura de Antropología refirió que en diferentes documentos históricos los norteamericanos reconocen que las estrategias de defensa mexicana estaban bien articuladas y era difícil entrar a tierra.

Lo que normalmente se recuerda del aspecto marítimo de esta guerra, prosiguió, es que Estados Unidos ataca Veracruz, hay un sitio, lo bombardean, se registra una gran cantidad de muertos entre la población civil y, finalmente, el puerto se rinde y por allí entran los enemigos.

También es cierto que el Puerto de Alvarado fue atacado tres veces; en las dos primeras los invasores son rechazados y en el tercero cae el puerto porque ya no está defendido, toda vez que los soldados y voluntarios que lo protegían se trasladan a Veracruz.

Arqueología marítima

Herrera Tovar y su grupo realizan arqueología marítima, histórica y de conflicto, pues estudian naufragios, campos de batalla -terrestres o náuticos-, así como arqueología del paisaje, ya que fue un elemento determinante en las estrategias.

El paisaje se estudia comparando la cartografía histórica y moderna, así como de forma directa en campo, para determinar dónde pudieron darse encuentros y también si pudo influir en la ventaja de uno u otro bando.

El Golfo de México, expresó el experto universitario, es “un gran teatro náutico de la guerra” donde hay naufragios de barcos mexicanos y estadounidenses que se perdieron en acción, incendiados o se estrellaron contra arrecifes, mientras algunos más fueron hundidos a propósito por los mexicanos para bloquear el paso a los estadounidenses.

Este es un proyecto de la Universidad Nacional que cuenta con colaboración internacional, como es el caso de la Academia Británica, el Centro de Arqueología Marítima, el Instituto Marítimo y Marino y el grupo Offshore Archaeological Research de la Universidad de Southampton, en el Reino Unido; así como de especialistas de Argentina.

Navío con mal presagio

Herrera Tovar afirmó que el USS Somers, construido en 1842, fue considerado por muchos un navío con mal presagio. En su primera travesía fue un barco escuela en el cual se dio un motín: los culpables fueron juzgados a bordo, condenados a muerte y ahorcados. 

“Uno de los amotinados era hijo del Secretario de Guerra de los Estados Unidos, por lo que al regresar a la Unión Americana se desató un escándalo que provocó que la Armada se replanteara cómo entrenaba a sus oficiales y se decide que son aún muy jóvenes para someterlos a los rigores del mar y de la disciplina militar necesaria, y fundan una academia naval. Ese es el origen de la Academia Militar Naval de Annapolis, la principal de Estados Unidos”, relata.

Muchos marinos no querían abordarlo porque se decía que estaba embrujado, que aparecían los ahorcados y se les veía colgados en el mástil. Con su hundimiento creyeron que se reafirmaba el mal presagio.

“Los estadounidenses han estudiado esta guerra, esta historia, pero en general, no la discuten, pese a que es una guerra muy importante ya que su resultado influye poderosamente para constituirlos en una gran potencia mundial. México tampoco la había estudiado a gran detalle desde sus aspectos marítimos».

“Esta guerra contradice todo lo que el estadounidense cree de su sistema militar: que van a la guerra por la libertad, la democracia, la justicia y ésta fue exactamente lo contrario. Estados Unidos  ambicionaba los territorios mexicanos y forzó una guerra con un vecino que no quería guerrear, que no quería ni tenía por qué vender sus territorios”, puntualizó el investigador.

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Redacción